domingo, febrero 10, 2008

Pelear por nada

La tardenoche era aciaga en la cubierta del Mare Serenitatis: a más de quinientas millas naúticas de la costa de Brasil, la orgullosa nave se hundía sin remedio.
Macao recordaría, mucho después, ante una mesa bien servida de viandas y concurrencia, la pesadilla vivida.

"Había finalizado un largo turno, y apenas me había acostado a dormir, agotado, cuando empezaron a sonar chillidos que parecían presagio del juicio final. Salí a cubierta, tambaleándome, y la marinería al completo estaba allí, cuarenta personas divididas en dos grupos, asiáticos a un lado, europeos al otro, que se gritaban unos a otros como poseídos por el demonio. Pronto mutaron chillidos en golpes, comenzaron a brillar amenazadores cuchillos.

Los oficiales no aparecían.
Joao el portugués, que como yo se había quedado al margen, me explicó que el barco se hundía, y que no pudiéndose hacer nada, nuestros valientes oficiales y capitán habían bajado silenciosamente al mar la única lancha disponible y se habían dado a la fuga, junto con sus allegados.

Nos habían abandonado para morir ahogados. Y la multitudinaria pelea, que se volvía más violenta por momentos era una disputa para dirimir quién había agujereado el casco a hachazos, condenándonos a todos. Como si importara.
Los europeos siete u ocho españoles, cinco holandeses, tres o cuatro portugueses y algún otro habían acusado a uno de los filipinos, y pretendían colgarlo del palo mayor. Por supuesto, sus compatriotas no pensaban permitirlo.
Y allá estábamos Joao y yo, agazapados tras uno de los arcones de cubierta, viendo correr la sangre.

Íbamos a morir todos, pero por alguna estúpida ley humana no escrita, sólo unos pocos, acaso sólo el portugués y yo, queríamos intentar salvarnos."
 
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