Al sur de aquí hay unos almacenes enormes, llenos de trastos
sobre los que se acumula el polvo. Allí están los tridentes, los látigos, los
calderos, los pinchos para poner al rojo, los instrumentos de cortar, de
desollar, de agujerear… los dejamos de usar hace un tiempo.
¿Que cómo sucedió? fue muy al estilo de la casa: un día nos
llegó una directiva y hubo que cambiar todo de la noche a la mañana. Lo
recuerdo perfectamente, porque fueron unas semanas muy complicadas. Si un día
normal tenemos muchas horas de trabajo, y estamos hablando de un trabajo de
precisión, imagina tener que añadirle unos cambios estructurales tan profundos.
Primero tuvimos que vaciar las jaulas, las piscinas, los
fosos, y acompañar a los condenados a los apartamentos, entregarles el uniforme
y asignarles las nuevas tareas. Suena sencillo, pero hay que tener en cuenta
que muchos de nuestros clientes llevan muchos años aquí, algunos hasta siglos y
milenios, acostumbrados a su rutina diaria.
Cuando llevas dos o tres mil años enterrado en hielo,
sumergido en un enorme caldero de agua hirviendo o atado a un potro recibiendo
latigazos, que de repente te suelten, te vistan y te lleven a otro sitio es un
choque bastante fuerte. Algunos lloraban, suplicando que les dejásemos quedarse
en su lugar de tormento, otros se negaban a abandonarlo y teníamos que
llevarlos a la fuerza… incluso los que se sometían, que eran la mayoría, creían
que íbamos a trasladarlos a algo peor. Por la fama de la casa, claro.
Los que estaban más sueltos trataban de huir aprovechando la
confusión. Salían corriendo, brincando, arrastrándose hacia todas partes, y no atendían a razones.
“No seas tonto, a dónde vas, que no puedes escapar, no puedes esconderte, que
ya conoces las reglas” les gritábamos, pero nada. Teníamos que perseguirlos,
capturarlos, traerlos a rastras, uniforme, apartamento, lectura de su nueva
tarea y a por el grupo siguiente.
Nos costó, pero al final los instalamos a todos. Suerte que
aquí el tiempo no falta. Y ésta solo fue
la primera fase del plan, luego llegó el trabajo más pesado: forma las
cuadrillas de condenados, dirígelos mientras drenan los lagos de lava, vacían
los fosos de animales, desclavan los postes, desmontan las jaulas, trasladan
todo el material a los almacenen y luego lo guardan todo bien ordenado. Fue un
gran esfuerzo común, pero con paciencia, conseguimos el objetivo.
A todo esto nuestros clientes, que empezaron la tarea con un
miedo terrible, poco a poco fueron acostumbrándose, y empezaron a cantar mientras
trabajaban. Al principio era una algarabía, porque cada cual cantaba la canción
que quería en su propia lengua, claro, pero la camaradería se fue extendiendo,
se fueron poniendo de acuerdo y al final cantaba todo el grupo la misma
canción, aunque la mayoría no entendía la letra. Por este motivo, solían elegir canciones
sencillas, poco más que “trololo lolo”, ya me entiendes, pero con mucho
sentimiento.
Por fin terminamos: el material ordenado, el erial limpio y
llano, los condenados en sus apartamentos, todo listo para iniciar la fase
final. Enseguida llegaron los otros, en sus tres naves brillantes. Les fuimos
entregando a nuestros clientes, por orden de antigüedad, hasta que llenaron sus
bodegas. Como sabes, vuelven de vez en cuando y cargan a los que llevan aquí
más tiempo. Supongo que les avisan los de arriba.