Quién no ha sentido que camina hacia la muerte cuando se
encamina al dentista. Quién no se ha despedido de sus seres queridos, ha besado
frentes de niños, ha lagrimeado discretamente, con el morro enrojecido como el
que se va a la guerra, a la masacre.
—Exagerado —te increpan algunos, con la confianza del
insulto bienintencionado— ¡Llorica!
Pero tú sabes lo que es sentarse en el trono blanco, recibir
los pinchazos, verse acercar el torno de la tortura mientras el enmascarado parlotea y tú aprietas el brazo de escay hasta reducirlo a arena.
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