jueves, junio 04, 2009

La leyenda del policía comprensivo

Caminando por una ciudad lejana buscaba una oficina de correos para enviar una carta de deshaucio a mi prometida. Bueno, a mi ex-prometida. Me hallaba perdido, puesto que no conocía la localidad. En una plaza ví a un policía subido en su moto, contemplando el tráfico, como maravillado, y me acerqué a pedirle ayuda.

- Disculpe, agente, ¿puede indicarme donde está la oficina postal más cercana?

El hombre sonrió, se levantó las gafas de sol y me miró atentamente.

- Está un poco lejos, pero no se preocupe, que puedo acercarle. Súbase a mi moto y le llevo.

- Bueno, el caso es que no tengo casco...

- No se preocupe: soy policía, este es mi vehículo oficial y además, podríamos alegar que es una urgencia.

Sonreí.

- De hecho lo es, tengo que enviar esta carta de deshaucio hoy mismo, es muy importante.

- ¿Lo ve? Suba.

El agente era muy amable, aunque conducía bastante despacio. Aprovechó para contarme diversos detalles sobre su vida: vivía solo, pero tenía muchos amigos, y en general podía considerar que era bastante feliz. La oficina de Correos no aparecía.

- Aquí es. Voy a aparcar ahí mismo.

Metió la moto por el callejón de al lado, la subió al caballete y se bajó y se sentó en una repisa cercana. Me disponía a darle las gracias y alejarme, pero me detuvo.

- Hombre, le he traído hasta aquí, siéntese conmigo, charlemos un rato.

- Tengo cierta prisa...

El agente se contrarió un poco.

- ¡Si estaba perdido, caramba! Si no es por mí... desde luego...

- De acuerdo, me sentaré con usted.

- Tuteémonos, que estoy en mi hora de descanso. Yo me llamo José Luis...

- Yo soy Juan Martínez. Encantado.

Mientras hablábamos, comprobé que se había soltado la hebilla del cinturón y se iba desbotonando la bragueta. Un callejón oscuro, sentarse uno junto al otro, confianza... me asaltó una terrible duda.

- Disculpeme el intríngulis, ya sin duda se trata de un error de apreciación, pero ¿no pretenderá usted hacer el amor conmigo, verdad?

- No, no qué va.

Pero había terminado de desbotonarse y se estaba bajando los pantalones. Esperé el momento justo, tembloroso, y eché a correr.

- Oiga, Juan Martínez, ¿dónde va?

Trató de seguirme, pero los pantalones bajados le impedían correr, y de hecho, tropezó. No ví nada más, salí del callejón, deposité la carta en correos y me dirigí a la estación.

Llegué con el tiempo justo para coger el siguiente tren a la capital. Me subí y me senté con un suspiro.

Cuando el expreso arrancó, por la ventana y ví al policía comprensivo mirando hacia el tren, buscándome con expresión de inmensa tristeza.
 
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