lunes, octubre 31, 2016

Esperanza no está

En el piso de arriba vive un hombre que nunca sale de la bañera. Caballo Negro le dijo que le llamaban el profeta. Y claro, subieron a verle. Su habitación era un gran cuarto de baño de casa antigua, muy espacioso, con luces de camerino alrededor de un gran espejo, dos grandes pilas debajo, con grifos dorados. En un rincón, la taza, y presidiendo la estancia, una enorme bañera de porcelana con patas de león. Y dentro de la bañera, agua hasta el borde y un sombrero echado sobre la cara de un cuerpo rechoncho que se adivinaba bajo la espuma.

—Seas quien seas, márchate y déjame en paz. Estoy meditando. —dijo una voz ronca, grave, levemente molesta —Y si tienes una urgencia, usa el lavabo de abajo, que para eso está.

—Señor profeta, tenemos una pregunta para usted —dijo Caballo Negro.

—Largo de aquí.

—Pero señor —intervino Violeta— necesitamos su ayuda. Ha pasado algo muy grave.

—Nada es grave, salvo el sexo y la muerte. —el sombrero se inclinó hacia atrás y unos ojillos oscuros recorrieron a los visitantes— Además, sois niños. Dejad las preocupaciones para los mayores. Id a jugar con peonzas, o con huesos de perro. Bajad a la calle, perseguíos el uno al otro.

—Señor profeta, la madre de Caballo Negro ha desaparecido. Ayúdenos, por favor.

—¿Sois sordos? No hay nada malo en ser sordo, pero en este momento de mi vida resulta muy molesto.

—¡Usted conoce a mi madre. Si no hace nada será cómplice de los que se la llevaron! —Caballo Negro se echó a llorar, desesperado.

Una mano enorme salió de la bañera y, a tientas, apartó el sombrero de paja. Quedó al descubierto una enorme cabeza de pelo gris y y barba empapada. Bajo los ojillos una enorme nariz roja y una boca con gesto preocupado.

—No llores, hombre. Estaba medio dormido, pero he despertado. Además, en cien o doscientos años, todo esto será una insignificancia.

El niño seguía llorando, Violeta intentaba confortarle acariciando su espalda, mientras miraba con odio al supuesto sabio.

—Veamos, eres el niño caballo, así que tu madre es la hermosa Esperanza Hop. ¿Cuándo ha desaparecido?

—Ayer por la tarde.

—Eso es poco tiempo, a lo mejor ha ido a hacer un recado. ¿Quién fue el último en verla?

—Fui yo. Y creo que usted es un maleducado, y un estafador. Y que nadie puede predecir el futuro. —dijo Violeta.

—Yo no predigo el futuro, ni nada por el estilo. Me tumbo en mi bañera y pienso todo el día. Ese es mi trabajo.

—Pues vaya trabajo.

—Es mejor que ser una niña cascarrabias. Dime ¿dónde viste a Esperanza?

—En el salón del hotel. Estaba sentada en un sillón de delante de la chimenea. Luego se levantó y se fue.

—¿Salió a la calle?

—Dice Ferdinand que no pasó por la recepción, ni por la cocina.

—Pues si el director lo dice, será verdad. Nunca olvida una cara, y siempre lo ve todo. O sea que aún está en el hotel. La habéis buscado, imagino.

Ferdinand nos mandó con el señor Bas a recorrer todas las salas y almacenes, cuartos de la limpieza y también las habitaciones, las vacías y las ocupadas. También subimos al terrado. No la encontramos.

—Una vez descartado el factor espacial, sólo queda recurrir al factor humano: hay que hablar con todos los ocupantes del hotel, y descubrir quién tiene información, incluso aunque no sepa que la tiene. Haremos eso y encontraremos a Esperanza.

—¿Entonces va a hablar con todo el mundo?

—¿Quién, yo? —rió fuerte— ¿estás de broma? No puedo salir de mi bañera, tengo mucho en qué pensar. No. Decidle a Ferdinand que avise al inefable Señor Señora. Tiene un olfato muy fino para estas cosas. Él se encargará.



 
blog de literatura gris y temas que me llaman la atención - Ocultar texto citado -