martes, julio 09, 2013

Primer indicio

Le detuvieron una tarde de verano, cuando los niños carmesí corrían hacia sus cuevas montados en su alegres cabras.
Los Brutos le ataron las manos a la espalda, y lo condujeron al tribunal pasando ante la multitud tricolor que se refugiaba en las terrazas de los cafés. La vergüenza le consumía.

Ya en el juicio, el Juez Bulldog, con su casco de moto, le miró con severidad. Había roto la ley del silencio, y lo que era más grave todavía, había osado tener esperanzas de que nadie se diese cuenta. Encima, ni se había entregado a los Brutos, ni tampoco se había arrojado al vacío para salvaguardar su honor. Un caso perdido.

Le pintaron el cuerpo de verde, le pegaron las borlas de algodón en la frente y lo subieron a una barca ceremonial, aún atado. Lo enviaron río abajo para no volver a verle. Con suerte, si le quedaba algo de entereza, un mínimo de dignidad, se dejaría llevar hasta purgar sus culpas en la Gran Cascada.

Durante toda la tarde y los días que siguieron, la multitud tricolor murmuró sobre él, primero con abierta desaprobación, pero al cabo de un tiempo, su actitud empezó a provocar cierta admiración extraña. El Marsupial que Habló se fue convirtiendo, poco a poco, en leyenda.

Dicen que este fue el primer indicio para lo que estaba por llegar, pero yo no pondría la mano en el fuego.


miércoles, julio 03, 2013

La saga del antiguo rey de Mordor

El antiguo rey de Mordor vivía en mi escalera. Era uno de los vecinos viejos, el del tercero primera. Era viejo pero era regio, duro. Nunca hablaba de los elfos, pero veías en sus ojos arder una cólera infinita. En ellos podías leer que los orejas largas le habían vendido, le habían robado el reino, le habían robado su vida. Mucho rencor.

Cuando coincidías con él en el ascensor, siempre se quedaba mirando al espejo, observando su propia decadencia. ¿Dónde estaban los caros ropajes, dónde estaba la corona, la barba? Hasta la barba le habían quitado, en el hospital, problemas de piel, el precio de la edad. Pero ¿no podían también haberle extirpado la rabia?

Un día volvía del supermercado con dos bolsas llenas, una en cada mano, encorvado. Me ofrecí a ayudarle a subirlas. Él no dijo nada, pero me tendió una. Subimos en el ascensor en silencio, hasta el tercero. Abrió la puerta con una vieja llave de tubo. No sé cómo no pensé que la cerradura era demasiado antigua: el edificio se construyó en los sesenta. Me invitó a entrar con un gesto, dí unos pasos y paré en seco. No estaba preparado para lo que me esperaba: el piso no tenía tabiques, era todo una gran sala forrada de terciopelo verde oscuro. En las paredes, tapices medievales y espadas, lanzas, mazas, escudos... En el centro, dominando la sala, un enorme trono de hierro.

Oí como la llave cerraba la puerta. El viejo se me acercó a la espalda y me dijo al oído "Soy el rey de Mordor, y tú, mierdecilla, vas a ser mi siervo."
 
blog de literatura gris y temas que me llaman la atención - Ocultar texto citado -