Me
cuenta mi hermano una anécdota que, de ser cierta, implica que sigue existiendo
el realismo mágico en esta misma ciudad. Resulta que estaba él con unos amigos
sentados en un banco, en mitad de una plaza dura, de las nuevas, tan fácil de
limpiar a manguerazos. Los chavales, si se puede llamar así a cuatro varones
que han rebasado ampliamente la treintena, estaban contando por turno anécdotas
divertidas y picantes. Por supuesto, gritaban y gesticulaban, estaban animados,
libres, felices y un punto ebrios.
El tema es que el lugar es importante, ya sabes, locus ubi. Están en la plaza de Haití, sí, en mitad de ese barrio céntrico donde el diseño comparte portal con la pobreza, y en el que prostitutas y drogadictos juegan al pilla pilla con la guardia urbana día sí y día también (qué cansancio).
Los chicos no se han dado cuenta, pero sentado en el banco de al lado hay un personaje muy especial: un hombre inmenso, grande, gordo, vestido con un traje a media algo astroso. "Era de rayas", me cuenta mi frater, "pero ni su magia era capaz de disimular tanta grasa". El caso es que el hombre tiene junto a sí, a su derecha, sobre el banco, un pequeño radiocasete. Y en el vetusto aparato, testimonio de otra época corre una cinta en el que una voz declama:
When I see birches bend to left and right
Across the lines of straighter darker trees,
I like to think some boy's been swinging them.
El tema es que el lugar es importante, ya sabes, locus ubi. Están en la plaza de Haití, sí, en mitad de ese barrio céntrico donde el diseño comparte portal con la pobreza, y en el que prostitutas y drogadictos juegan al pilla pilla con la guardia urbana día sí y día también (qué cansancio).
Los chicos no se han dado cuenta, pero sentado en el banco de al lado hay un personaje muy especial: un hombre inmenso, grande, gordo, vestido con un traje a media algo astroso. "Era de rayas", me cuenta mi frater, "pero ni su magia era capaz de disimular tanta grasa". El caso es que el hombre tiene junto a sí, a su derecha, sobre el banco, un pequeño radiocasete. Y en el vetusto aparato, testimonio de otra época corre una cinta en el que una voz declama:
When I see birches bend to left and right
Across the lines of straighter darker trees,
I like to think some boy's been swinging them.
Lo hemos buscado, para eso está Internet: es un poema de Robert Frost. Acorralado en un barrio lleno de putas, yonquis, macarras y lo que es peor, turistas, un hombre grande, trajeado, trata de relajarse escuchando poemas grabados en una cinta.
El tema es que los ruidosos chavales del banco de al lado le irritan,hasta el punto de que se levanta, se gira hacia ellos y les espeta, con una potente voz grave "Disculpad. Vuestras anécdotas nos desmerecen". Se señala a sí mismo y al radiocasete.
Se hace el silencio en la plaza. Sin decir nada más, el hombre se da la vuelta, para la cinta, toma el aparato y se marcha por una calle lateral, muy digno.
El desconcierto dura solo un instante. Los amigos se miran entre sí, hasta que uno de ellos sentencia "Puto gordo". Se ríen a gusto durante un buen rato. Después, el que estaba a media anécdota continúa con su historia.