viernes, enero 11, 2013

El niño que fue perro y otras mentiras


Querían un niño, pero no pudo ser. Lo intentaron por todos los medios, pero uno de los dos no podía. Él tomó una decisión cuestionable y se fue con otra. Ella se compró un perro. Sí, y también perdió un poco la chaveta, aunque yo prefiero pensar que pasó a ver el mundo de otra manera.

Para empezar, el perro se llamó Óscar, y no, no era un salchicha: era un bulldog francés de ojos grandes y acuosos. Cuando Ella y Él estaban juntos, si era niña se iba a llamar Priscila, y si era niño... Óscar.

El caso es un día, como tantos otros, la feliz madre iba paseando a Óscar en su carrito de niño, con su abriguito puesto, con su gorrito, y el perro de ojos acuosos miraba al mundo con curiosidad. De pronto, desde la confluencia de la calle del Vino con la de los Deseos aparecieron una pareja de bueyes. De bueyes con alas. Desplegaron las alas y guiñando un ojo a madre e hijo, enfilaron hacia el cielo. Los despidieron agitando la mano; bueno, Óscar agitó su patita derecha, coronada de garras.

Tras los bueyes aparecieron un grupo de palomas sin alas, corriendo rápidamente. La madre dedujo que era una carrera porque todas ellas llevaban dorsales y camisetas de colores, y porque se esforzaban en adelantarse y en no bajar el ritmo. Óscar apostó por la número 7, una tórtola de zamarra verde, mientras que la madre prefirió a una paloma gris, número 12 camiseta roja que, con los ojos entrecerrados, estaba ganando terreno por el exterior con vistas a sobrepasar al líder. Al final todas las aves cayeron por una alcantarilla abierta, supongo que para proseguir su carrera por el subsuelo de la ciudad.

De pronto, se desencadenó la catástrofe: Él salió de una tienda, y no iba solo. Le acompañaba una mujer pequeñita, muy rubia y seguramente muy mala, y lo que es peor, la enanita llevaba un bebé en brazos. Eran una familia, y de las felices.

La madre miró su carrito de niño, vió a Óscar, el perrillo, que le devolvía la mirada con sus ojos acuosos y se desmayó.

Cuando volvió en sí, Él la estaba mirando, preocupado. La madre le miró con una sonrisa. Sonrisa que se matizó cuando vió a la pequeña mujer rubia con el bebé, sosteniendo a Óscar con una correa.

Más tarde, atada en la camilla del sanatorio, y fuertemente sedada, la madre decidió que nunca volvería a la realidad. Se enterró profundamente en sus pensamientos y desde entonces allí sigue, sin querer volver.


 
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