martes, noviembre 08, 2011

Regreso a casa

Me despierto, y no sé cuántos días llevo recibiendo electroshocks y drogas en vena. Cierro los ojos, vuelvo a abrirlos y estoy tumbado en el patio del Centro de Acogida, al borde de la Piscina Vacía. Fray no está junto a mí, y eso me desconcierta. ¿Dónde estás, amigo?
Con esfuerzo, invoco a mi bandersnatch. Es un gran rastreador, y cuando tiene apetito es capaz de tragarse una ciudad entera. Pero no acude a mi llamada. Me duele mucho la cabeza...

Me incorporo y me siento en el borde de la piscina, con las piernas colgando. Tengo quemaduras en los lóbulos temporales, parece que Kentucky se ha pasado con mi cerebro. Kentucky es un celador especialista en freír los cerebros con las pinzas de electroshock, de ahí su apodo. Y le gustan siempre muy hechos.

Miro a mi alrededor, veo a los demás: Branka, el Gordo, tiene marcas de golpes por todo el cuerpo. Se resistió cuando nos capturaron en nuestra pequeña fuga, y varios celadores le dieron la del pulpo. La Mosca está inmovilizada en una silla de ruedas del patio para evitar que se ponga a caminar por cornisas. La Ahogada está en el fondo de la piscina, con sus gatos. Hay más internos, guardias y celadores pululando. Pero Fray no aparece.

Preocupado, me acerco a la Mosca: habían dejado su silla a la sombra, pero ahora se está quemando medio cuerpo, y no puede moverse sola. La protejo del sol.

- Adeline, ¿has visto a Fray?

- Arañas, arañas, arañas, debo volar... volar... arañas, arañas, ¡arañas! ¡ARAÑAS!

Un guardia la mira desde lejos, haciéndole un signo de advertencia. Está prohibido gritar en el patio. La Mosca se calla de inmediato. Se gira hacia mí y me mira con caidita de ojos:

- ¿Me haces el favor de soltarme, guapo? Prometo no emprender el vuelo...

- Lo siento Adeline. No creo que pudiese soportar una sesión más de castigo eléctrico... otra vez será.

Me alejo de ella y me dirijo hacia las escaleras de la piscina. Bajo hasta el fondo. La Ahogada sabrá algo: menchevique y bolchevique, sus gatos, no pierden comba de lo que pasa en el Centro. Siempre me da respeto esta mujer, que me mira con hambre. A veces yo la miro también con hambre, pero al final no termina de pasar nada. Hasta que pase, supongo.

- Oye, Ahogada, tú que lo sabes todo...

- La Melosidad no es lo tuyo, así que córtala de raíz. Nuestra pequeña fuga me ha costado varios privilegios, y teniendo en cuenta que fue una chapuza por tu culpa, ahora mismo guardo ira contra tí.

Se levanta las gafas de sol y me observa. Se enternece.

- No me puedo enfadar contigo - admite - esos ojos de cordero degollado siempre me desarman. ¿Cuándo me vas a pedir que salgamos o algo?

Me sonrojo.

- Yo lo que necesito saber es... o sea, yo estoy preocupado por Fray. ¿Le has visto? ¿Le han visto tus gatos?

Ahogada se pone seria.

- Lo que voy a decirte ahora no te va a gustar...

- Entonces ¡sabes algo!

- Fray se ha ido.

- ¿Qué? No, Fray... no se iría. No sin mí.

La ahogada me acaricia el pómulo con la ternura que ofreces a un niño que no entiende.

- Cuando nos capturaron, después de la fuga... ¿te acuerdas qué pasó entonces?

- Le grité a Fray que huyera. Se escurrió y se alejó de ellos, aunque luego le cogieron. Y le ataron a una mesa, en la misma habitación que a mí.

- Y le aplicaron electroshocks... como a tí. Haz una cosa por mí: quiero que subas al Pabellón Médico y le eches un vistazo a la sala de Kentucky. Obsérvala atentamente, y entenderás qué le pasó a tu amigo Fray.

Sin darle siquiera las gracias, salgo de la piscina. En un descuido del guardia me cuelo hasta la sala de electroshocks. Todo normal: la mesa metálica, la máquina de electro, el bote con la crema para untar en la zona de aplicación... sólo falta un paciente retorciéndose de dolor atado allí. Bueno, y Kentucky sonriendo, sádico.

- Kentucky...

De pronto caigo en la cuenta: ese cabrón ha matado a Fray. Se ha pasado con las descargas y lo ha matado. Nunca volveré a verle. Sentimientos de impotencia, dolor y rabia desaforada chocan con terrible virulencia en mi cabeza. Me desmayo.
 
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