miércoles, enero 13, 2016

Las desagradables peripecias del perro acordeón original

El genetista nos presentó su última creación con un gesto circense.

— Contemplen, pues, al perro acordeón.

A primera vista de un cachorro de un típico perro de tres colores, pelo corto, lengua fuera, con las patas delanteras sobre la pequeña valla, olfateándonos con curiosidad. Sin embargo, en vez de lomo tenía ocho pliegues, como los segmentos de un instrumento de fuelle.

— Siéntate, chico.

Y el cuerpo del animal, al sentarse, empezó a entonar una melodía de acordeón afinado, sin parar de mover la cola a ritmo.

— ¿Pueden creer que esta es la segunda versión? La primera fue un encargo particular. Querían tener un perro de dos metros de largo, patas cortas, treinta pliegues o más y un culo en cada extremo. El individuo que me lo encargó era un tipo gordo que vestía un traje caro; me puso una obscena cantidad de dinero sobre la mesa y me dijo que quería que el animal al moverse hiciese sonar largas y complejas melodías. Tres meses me pasé perfeccionando el modelo. Al final  lo desarrollé, se lo presenté, y ¿qué creen que hizo el muy salvaje? Le dió una patada en el culo que tenía más cerca al pie, con lo que el perro empezó a sonar. Al girarse para protegerse, le acercó, sin poder evitarlo, el segundo culo. ¡Y el individuo va y le da otra patada! El pobre animal quería esconderse, pero no tenía ojos, no tenía cara, solo podía correr en círculos. Tendrían que haber visto cómo se reía el gordo. ¡Disfrutaba haciendo daño al pobre perro acordeón! ¡Era un sádico!

— Disculpe la pregunta, pero, ¿como se alimentaba el perro? Es decir, si no tenía cabeza...

— Tenía una boca bajo uno de los segmentos centrales, y una pequeña nariz disimulada en otro. Podía encontrar y engullir comida, pero ese no es el tema. ¡A mis creaciones no las maltrata nadie!

—Entonces, ¿qué sucedió?

—Pues que le tiré su dinero a la cara y lo puse de patitas en la calle de forma bastante violenta. De hecho salió por la puerta de una buena patada en el culo, para que se hiciese una idea de lo que se siente. ¡Va a venir aquí un gordo maltratador a llevarse a mi criatura! ¡Estaríamos listos!

— ¿Entonces, se quedó con el perro con dos culos?

— Sí, pero no está a la venta. No me arriesgo a que alguien vuelva a mirarle de esa manera asquerosamente golosa. Ahora vive con la familia de mi sobrina. Bueno, les interesa el perro acordeón para su zoo genético o no? No es barato, pero seguro que los burundeses me hacen una oferta, si ustedes no lo quieren.

Yuan y yo nos miramos. Bien publicitado, el perro acordeón iba a ser una atracción infantil de primer orden.

— Nos quedamos con el animal. Le pagaremos lo que pide.

— Perfecto. ¡Brindemos, pues, por el éxito de la nueva estrella de su zoológico!






 
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