sábado, octubre 30, 2010

Muerte y resurrección del inefable Señor Señora

Muerte y resurrección del inefable Señor Señora (una tragedia surrealista)

Era una tarde de verano en los Monegros cuando el inefable Señor Señora se tumbó a descansar bajo la bolsa testicular de un toro Osborne y murió de frío.
Al poco, Ferdinand Dadá pasaba pedaleando sobre su monociclo por un camino cercano, lo que demuestra que el desierto de los Monegros está más concurrido de lo que la gente cree. Ferdinand trataba infructuosamente de cazar conejos disparándoles con un tirachinas. Una cuestión más de suerte que de puntería si estás pedaleando y tratando de mantener el equilibrio.

Como digo, el surrealista francés pasó cerca y vió una forma bajo el toro metálico. Bajó de su transporte y se acercó. Al darse cuenta de que era su amigo, le tiró una piedrecita desde lejos, por si estaba chuscando botijos de tornasol, simulando el coito con el suelo o algo similar. Se acercó más y le metió un palito en el ojo, pero nada. Dadá se sentó en un montículo cercano y se echó a llorar con desconsuelo.

La Mujer Cordobesa se estaba recolocando los sujetadores en punta mientras canturreaba "and you made me feel so shiny and blue". Vió el panorama bajo el toro lejano y le dijo al camionero que parara, que ella se bajaba allí mismo. El simpático mozo argumentó que estaban en medio de la nada. La Mujer Cordobesa respondió que la nada y el todo eran partes de una misma manzana podrida en el fondo de una cesta estelar. Se bajó del trailer y, cogiendo los bordes de la falda para no pisarla, se lanzó a la carrera hacia Señor Señora y Ferdinand.

Con gran energía, tomó al surrealista francés por los hombros, y sacudiéndole, inquirió:

- ¿Que recarámbanos ha pasado aquí, franchute? El travesti está más frito que erizo-en-freidora. ¿Has matado a tu novia?

- Para salvarle rodar debemos - respondió Dadá liberándose del cruel abrazo cordobés.

Ferdinand y la Mujer de común acuerdo tomaron el cadáver, uno por los hombros, otra por los pies, lo balancearon y lo lanzaron por la pendiente. Cayó rodando, pero antes de llegar abajo estaba corriendo. Y así fue como el inefable Señor Señora volvió a la vida. Se sacudió el polvo del vestido, se arregló el maquillaje y se puso a hacer autoestop junto a la carretera, muy digno.

lunes, octubre 25, 2010

Su encarnada majestad

Si tú no eres la oruga
que fumaba la shisha y tenía visiones
dime por qué tu gato me sonríe
y las cartas me persiguen.

De todas las reinas
tú eres la más roja, la más airada
la que rabia y amenaza
contratiempos de la vida

Yo que tomé té y charlé
contra Lirón, Liebre y Sombrero
y entoné el No Cumpleaños
y la naturaleza me mordió la mano.

Tras la carrera para secarse
encontré otra seta que decía "cómeme"
crecí y espero y lamento
no haber pisado al Dodo
nadie ha vuelto nunca a verlo.

Oh reina, mi roja majestad encarnada
desde que te partiste
todo es realidad, qué lejos queda
tu país de maravillas.

Vuelve, a pelearte conmigo
porque necesito jugar al croquet con flamencos
Vuelve a juzgar a los niños
porque necesito tus gritos y tu furia
Vuelve volando de tu mundo
a cortarme la cabeza.

miércoles, octubre 20, 2010

Duelos y quebrantos

Son las dos y media de la tarde, y ese tipo está llegando tarde, así que me acabo de pedir un plato especial castellano que me muero de ganas de probar desde hace tiempo: Duelos y quebrantos. Apenas me han puesto el plato delante y estoy a punto de atacarlo cuando oigo una voz detrás de mí.

- Hola, teniente X. Porque es usted, ¿verdad?

Irritado, asiento con la cabeza, y con mi cuchara le señalo la silla que tengo delante. El plato de duelos y quebrantos lanza un suspiro de alivio. Momentáneo, me prometo a mí mismo. Frente a mí quizás el tipo más feo del mundo.

- Yo soy Jorge Luís Rodríguez Campuchano, pero todos me llaman Mataputas.

Pretende estrecharme la mano. Le concedo eso, aunque con cierta repugnancia que pasa inadvertida.

- Vaya, Mataputas... los niños pueden ser crueles.

- No crea, tenía diecisiete años cuando me lo pusieron. Un asunto turbio, de burdeles. El caso es que me he acostumbrado. Bueno, ¿cuál es el trabajo que quería darme?

Como profesional que soy, miro atentamente al hombre sentado frente a mí. No puedo concentrarme mucho tiempo, es demasiado desagradable. No importa, el trabajo es fácil y viene recomendado. El trabajo es suyo. Tal vez con algo de dinero en el bolsillo se cambie esa astrosa sudadera verde llena de quemaduras de cigarro.

- Tiene que entregar un paquete en el Ayuntamiento de Venta de Baños. Le daré tres mil euros ahora, y otros tres mil al confirmar la entrega.

Pongo un paquete encima de la mesa. Va envuelto en papel de regalo rosa fuerte y lleva un papel pegado en el que pone "A la atención de la pequeña Margot, con amor". Mataputas lee lentamente la frase, tratando de comprender lo incomprensible. Le faltan datos.

- Pequeña Margot, ¿eh? De acuerdo. ¿Dónde está la pasta?

Le alargo un sobre. Lo abre y mira dentro. Le complace lo que ve.

- Nos reuniremos en el bar de la plaza del Ayuntamiento después de la entrega y le daré la otra mitad. Hay un bar llamado Murchante's Place.

- Murchante, ¿eh? Unos primos míos son de allá. Nos vemos más tarde.

Sale del restaurante y sube a su coche. Arranca y sale en dirección Venta de Baños. No ha recorrido trescientos metros cuando el automóvil explota.

Dolido por no haberme podido comer el fantástico plato que tenía ante mí, me levanto y salgo discretamente por la puerta de atrás, sin pagar, aprovechando la confusión.

miércoles, octubre 06, 2010

La extraordinaria merienda cena del inefable Señor Señora

Muchas personas nos han llamado preguntando qué fue del inefable Señor Señora, que desapareció un diez de octubre en un camino fangoso del desierto de los Monegros. Hemos estado investigando, y aunque seguimos desconociendo su paradero actual, una buena amiga suya nos ha contado una fabulosa historia protagonizada por nuestro hombre. La hemos titulado así: La extraordinaria merienda cena del inefable Señor Señora.

Son las ocho de la noche. Una mesa de merendero en el mirador del Mediodía, cubierta de toda clase de viandas apetitosas, dulces y saladas. Sentados a la mesa, cuatro grandes: Ferdinand Dadá, artista total. Julieta Martínez, la Chica del Perrito. en la punta, la mítica Be Minúscula. Presidiendo la mesa, el mago de la ilusión, el marinero de las estrellas de cartón, el inefable Señor Señora. En sus manos, el destino de un mundo.

La primera en hablar fue la Chica del Perrito. Exigió que se protegiese a todos nuestros hermanos caninos, sin importar a quién hubiese que llevarse por delante. Todos estuvieron de acuerdo.

El segundo en hablar fue Ferdinand Dadá, pero lo hizo en francés medieval, y nadie entendió su propuesta. Hubo cierta discusión, pero al final se decidió dejarla de lado. Claro, Ferdinand se enfadó y dejó de participar.

El tercero en hablar fue el inefable Señor Señora: su palabra era ley, y decidió que a partir de entonces, los presidentes fuesen hombres travestidos capaces de bailar con tacones de aguja. Un aplauso espontáneo secundó la moción, y el Señor Señora sonrió y cantó "yo iba de peregrina y me cogiste de la mano".

La última fue Be Minúscula, que lanzó un gorgorito y huyó en su cochecito de golf.

El Señor Señora cerró la sesión, se quitó la ropa y se lanzó a una piscina vacía. Los demás se fueron al Palacio del Virrey.
 
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