miércoles, octubre 20, 2010

Duelos y quebrantos

Son las dos y media de la tarde, y ese tipo está llegando tarde, así que me acabo de pedir un plato especial castellano que me muero de ganas de probar desde hace tiempo: Duelos y quebrantos. Apenas me han puesto el plato delante y estoy a punto de atacarlo cuando oigo una voz detrás de mí.

- Hola, teniente X. Porque es usted, ¿verdad?

Irritado, asiento con la cabeza, y con mi cuchara le señalo la silla que tengo delante. El plato de duelos y quebrantos lanza un suspiro de alivio. Momentáneo, me prometo a mí mismo. Frente a mí quizás el tipo más feo del mundo.

- Yo soy Jorge Luís Rodríguez Campuchano, pero todos me llaman Mataputas.

Pretende estrecharme la mano. Le concedo eso, aunque con cierta repugnancia que pasa inadvertida.

- Vaya, Mataputas... los niños pueden ser crueles.

- No crea, tenía diecisiete años cuando me lo pusieron. Un asunto turbio, de burdeles. El caso es que me he acostumbrado. Bueno, ¿cuál es el trabajo que quería darme?

Como profesional que soy, miro atentamente al hombre sentado frente a mí. No puedo concentrarme mucho tiempo, es demasiado desagradable. No importa, el trabajo es fácil y viene recomendado. El trabajo es suyo. Tal vez con algo de dinero en el bolsillo se cambie esa astrosa sudadera verde llena de quemaduras de cigarro.

- Tiene que entregar un paquete en el Ayuntamiento de Venta de Baños. Le daré tres mil euros ahora, y otros tres mil al confirmar la entrega.

Pongo un paquete encima de la mesa. Va envuelto en papel de regalo rosa fuerte y lleva un papel pegado en el que pone "A la atención de la pequeña Margot, con amor". Mataputas lee lentamente la frase, tratando de comprender lo incomprensible. Le faltan datos.

- Pequeña Margot, ¿eh? De acuerdo. ¿Dónde está la pasta?

Le alargo un sobre. Lo abre y mira dentro. Le complace lo que ve.

- Nos reuniremos en el bar de la plaza del Ayuntamiento después de la entrega y le daré la otra mitad. Hay un bar llamado Murchante's Place.

- Murchante, ¿eh? Unos primos míos son de allá. Nos vemos más tarde.

Sale del restaurante y sube a su coche. Arranca y sale en dirección Venta de Baños. No ha recorrido trescientos metros cuando el automóvil explota.

Dolido por no haberme podido comer el fantástico plato que tenía ante mí, me levanto y salgo discretamente por la puerta de atrás, sin pagar, aprovechando la confusión.

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