viernes, diciembre 09, 2011

Las insulsas aventuras de Shiró - Lenguas de gato

Shiró está sentado en un escaloncito que hay justo delante de la puerta de su casa. Está enfrascado en una tarea a la que dedica toda su atención: comer galletas. Concretamente, una caja de lenguas de gato, esas pequeñas delicias elípticas que roban el corazón de nuestro héroe. El niño las saca de la caja y se lleva a la boca una tras otra, las hace crujir, las saborea y las traga. Con las dos manos, con la boca y con el corazón.

De pronto, Shiró nota una presencia extraña. Levanta la vista de su caja y mira a su alrededor. En la esquina de la casa hay unos grandes ojos fijos en él. Un gato, blanco y mullido le mira con los músculos en tensión, como si estuviese a punto de echar a correr hacia él. Al ver que el niño le devuelve la mirada, el felino empieza a maullar. Pero es muy extraño, porque maúlla sin hacer ningún ruido. No tiene lengua, piensa Shiró.

Tras el blanco, aparece un gato más pequeño, más fino, una gatita. Tiene el cuerpo atigrado, amarillo y anaranjado, y las manitas blancas. También se queda mirando al niño. Y maúlla muda.

Con el rabillo del ojo, Shiró nota como tres o cuatro animales más se van agolpando al otro lado, salidos del césped del vecino, o quizás del mismísimo infierno. La batalla parece muy desigual en número, así que el chaval se levanta lentamente, sosteniendo la mirada de los felinos y, con un giro rápido, se mete en la casa y cierra la puerta. Se apoya en la parte interior de la misma suspirando de alivio. Iban a por él.

Para su horror, el niño nota que pequeñas pero decididas patas empiezan a rascar la puerta, como cavando un túnel. Son muchos, e incluso alguno parece tomar carrerilla y lanzarse contra el obstáculo, para echarlo abajo. Los gatos pesan poco, pero incluso así, toda puerta tiene un límite, piensa Shiró, sudando. Calibra el gritar pidiendo ayuda, pero su madre está harta de lo que ella llama "sus tonterias". No la llama. Los golpes y rascadas empiezan a disminuír, y finalmente dejan de oírse.

Al cabo de un buen rato, Shiró abre una rendija, temiendo una emboscada. No hay nadie. Sale cautelosamente. Los gatos se han ido. Pero ahí está la cosa: su caja de galletas, de lenguas, también ha desaparecido.

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