jueves, noviembre 18, 2004

Cartelista

Últimamente me dedico a colgar carteles. Y debo decir que es mucho más divertido de lo que parece. Supongo que todo depende de cómo te lo tomes. Yo soy de los que disfrutan delinquiendo. Es verdad, si ensucias las paredes de la bella Bárcino puedes ser multado por la omnipresente Guardia Urbana. Y yo confieso que he delinquido. ¿A qué esperarán para capturarme?

La primera vez. El primer día es un subidón, no sabes ni cómo aguantar el cartel decentemente con una mano mientras coges el celo con la otra. Lo peor es que las manos te sudan, pues sabes que te la estás jugando: esa pared, esa columna, esa farola, son intocables, no deberías poner tus sucios papeles sobre ellas... la mano tiembla y ¡maldición! el rollo de celo se cae.

Poco a poco. Le vas pillando el truco, e incluso cuelgas carteles en lugares donde es... ¡asómbrense! legal, como los enormes cilindros que el ayuntamiento ha dispuesto. Trabajo inútil, porque tu cartel es muchísimo más pequeño que los que hay pegados, y además no durará nada, porque será cubierto en pocos días. Pero qué se le va a hacer, es la trampa de lo legal, no puedes sustraerte a ella.

Al final. Un último cartel en una pared cercana a tu casa, de camino ya. Con el deber cumplido, cansado de tanto sacar papel, estirarlo, cortar celo, poner celo, cortar celo poner celo (de cuatro a seis veces), pero feliz porque la información que cuelgas lo verá alguien.

Los días siguientes. Rabia contenida, porque alguien va arrancando, tapando, rasgando los carteles. Aunque poco, tú también tuviste que hacerlo en algún momento, para hacerte sitio. Pero nunca gratuitamente, nunca para dejar la pared vacía, con las esquinas y el celo aún puesto... asesinato gratuito de carteles. Mañana volveré a colgar más allí donde desaparecieron.

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