miércoles, diciembre 10, 2008

Amigo de Todos

Cada mañana, cuando me levanto a la carrera para ir a trabajar, me visto y desayuno de camino cualquier cosa. Bajo a la calle y me encuentro con Amigo de Todos. Amigo de Todos es un tipo un poco desastrado, de vaqueros raídos y pelo desordenado, que sin embargo luce una sonrisa hipnótica.

- ¿Tienes un cigarro?

Yo no fumo, y así se lo digo, pero no por eso deja de sonreír. Pierde su interés en mí y se fija el siguiente objetivo. Yo, por mi parte, sigo el camino al metro.

Y así durante dos semanas. Uno podría pensar que Amigo de Todos es un poco corto, porque cada día me pregunta a mí (¡¡a mí!!) si tengo un cigarro, y siempre le digo que no fumo. Pero yo no creo que le cueste aceptarlo, es simplemente sistemático. Va preguntando a cada uno de los viandantes, deslumbrándolos con su sonrisa.

El martes de la tercera semana, Amigo de Todos no está. Me subo al metro inquieto.

El miércoles tampoco aparece. Me paro en su esquina habitual y durante unos segundos escudriño los alrededores. Pero nada.

El jueves ya es una cuestión de salud: así como los toxicómanos necesitan su droga, yo necesito esa sonrisa, a ver si me entiendes, ¡¡la necesito!!
Pregunto en el bar cercano, pregunto en el metro: nada. Nadie conoce a Amigo de Todos, a nadie le suena, nadie sabe dónde está.

Viernes: nada de nada. Histérico tras dar una vuelta por el barrio intentando dar con él, me vuelvo para casa y llamo al trabajo para decir que estoy enfermo. Y lo estoy.

Un fin de semana de mil diablos: me atrinchero en la habitación, a la espera de que sea lunes. La mujer y los niños intentan convencerme, intentan entrar, llaman a mis padres, pero nada. Mi mujer es la primera esposa del mundo en ser enviada a dormir al sofá por su marido. Ser pionera no la hace muy feliz.

Lunes de nuevo: me visto con resquemor, desayuno un café ante la mirada de odio de toda la familia, bajo a la calle sin afeitar. Epifanía: Amigo de Todos está en su lugar de costumbre. Tembloroso, temiendo que desaparezca, me acerco a pequeños pasos. Sonríe.

- ¿Tienes un cigarro?
- ¡Claro que tengo un cigarro, hombre! ¡Toma!
- Gracias.

Continúo hacia el metro tarareando una alegre cancioncilla de anuncio. Hoy es, sin lugar a dudas, el día más feliz de mi vida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Precioso el cuento, Pedro... Me ha encantado!!!!! ¿Para cuando un recopilatorio de tus cuentos cortos?

 
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