Reposamos en el lecho, cansados y sudorosos después del amor. Y Luisa dice que si la quiero más que las estrellas. Y yo respondo que más que la luna sí, pero que las estrellas no, porque son soles lejanos, promesa de viajes a otros lugares y otras culturas. Y me golpea con la mano plana en el pecho, y se amohína, y me da la espalda. Aturdido, trato de arreglarlo, tirando de tópico:
Sus labios son delicias carmesí, sus ojos, dos abismos de maravillas insondables
y la curva de su cintura, el valle que lleva a las cordilleras de la alegría. No
funciona. Ella quiere las estrellas. Admito que me es una persona muy querida, y que, en una comparación objetiva, Luisa y los astros luminosos están a un mismo nivel. Se levanta, se viste y se va, triste, sin una palabra.
Al cabo de un rato, recojo mis bártulos de viaje, me pongo ropa fresca y me dirijo a la Estación Espacial Lumumba. Tengo un billete para el Mundo de Valdivia, en el sistema trisolar de Alfa Centauri.
lunes, agosto 23, 2010
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