martes, junio 14, 2011

La noche del capitán

El capitán Choripán circulaba por Arnaldo Oria con la vista perdida en el infinito. Esto le hacía chocar a menudo con transeúntes que caminaban en dirección contraria, pero por su mayor corpulencia apenas notaba los embates, ni tampoco algunos torrentes de insultos.

El capitán, como de costumbre, llevaba a modo de capa su bandera albiazul, una combinación personal de sus dos países preferidos, la Argentina y el Uruguay. Su semblante era animalesco, agradable y muy masculino y su piel muy roja, de ahí el simpático mote que lucía con orgullo.

De repente, al llegar a la plaza Comandante Felice, se paró en mitad, puso los brazos en jarras, elevó la barbilla e inició su fantástico grito:

- ¡¡¡Cheeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!!!

Como por arte de magia, toda la ruindad, la mezquindad, la codicia y la violencia de este mundo se borraron para siempre de los espíritus humanos. Finalmente estalló la paz y reinó la cordura.

Poco después, en agradecimiento, el capitán Choripán tiene una estatua de cinco metros de altura en la propia plaza Comandante Felice, ahora Plaza de Choripán. Fue pagada con fondos de la ONU y con el dinero del último premio Nobel de la paz, ofrecido a nuestro héroe, pero que él no se molestó en ir a aceptar en Suecia.

Pasados unos meses de barullo, el capitán Choripán ha vuelto duerme bajo las piernas de su propia estatua, tapado con cartones. Hasta hoy no ha vuelto a decir una palabra.

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