domingo, diciembre 12, 2010

Cena romántica en un claro del bosque

Un claro del bosque y, en el claro, una mesa iluminada por diez grandes velas. A la mesa se sientan dos seres dispares: en la punta derecha tenemos al inefable Señor Señora, metro setenta y cinco, hombros anchos, vestido largo. En la punta izquierda, la señorita Mensonge, metro cincuenta y siete, hombros estrechos y adorables, de punta en blanco, coge delicadamente un tenedor con la mano derecha.

Sobre la mesa, dos platos aún vacíos, una ensalada de alas de mariposa, vino turbio y una salsera llena de un alimento tamizado color hummus. Miguel de Praga, camarero y orgulloso, está sirviendo en los platos una ración de alitas de murciélago acompañadas de luciérnagas fritas. Mientras tanto, los comensales hablan.

- Terrible lugar para una cita, querido e inefable Señor. Oscuro, frío y sospechoso. Temo lo peor de usted, debo decirle - cuenta la señorita Mensonge con una luminosa sonrisa en la cara.

- Gracias, delicada dama. Aunque me encantaría decir que es mía, lo cierto es que mi gran amiga, la Mujer Cordobesa, me sugirió este encantador espacio+tiempo+detalles. - responde el Señor Señora - Yo habría apostado por algo sin duda más cutre y comodón, como la Taberna de Juan Florín. Pero esto es varios millones de veces más íntimo y hermoso.

La señorita Mensonge pinchó unas alas de mariposa y se las llevó a la boca con gracioso gesto.

- Bienamado Señor Señora, me abruma. La Taberna habría estado tan mal, o peor, que esto. Seguro que no le apetece un poco de ensalada: está polvorienta y aceitosa a partes iguales.

- Gracias, póngame un poco aquí, aparte las luciérnagas. ¿Un poquito más de vino, señorita Mensonge?

- No se le ocurra llamarme Clara, nunca en su vida. No, no quiero más vino.

- Miguel, llénanos pues las copas. Clara, queridísima Clara, está usted esta noche más brillante que la Luna - el ineflable caballero tomó la mano de la señorita y le estampó un beso, marcándole el dorso de carmín violeta.

- Es usted un canalla y un violador, suélteme la mano de inmediato - respondió Clara Mensonge sonrojándose y acariciando el pulgar del Señor Señora con un punto de descaro.

Y así siguió la noche, con contradictorias conversaciones, galanterías y media docena de delicados platos servidos por la mano experta de Miguel de Praga, hasta que, entre risas, acudió el alba.

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