jueves, diciembre 09, 2010

El curioso azar de la señorita Mensonge

Todo el mundo comentaba que la señorita Mensonge era muy capaz de pasear por una calle céntrica en un día lluvioso quejándose de lo mucho que le molestaba el sol en la piel. Este ejemplo basta para destacar las dos características más importantes de la señorita Mensonge: era una mentirosa compulsiva, y nunca lograba engañar a nadie. Sin embargo, todos coincidían en que era una persona encantadora.

Un día la señorita Mensonge paseaba bajo la lluvia quejándose del sol cuando se cruzó con el inefable Señor Señora. Él la ignoró, ella quedó prendada de él al instante. Y eso que, a pesar de haber coincidido antes en algunas fiestas, nunca se habían cruzado la palabra.

La señorita tocada por el destino echó a correr, y en un escaso centenar de zancadas llegó a la puerta del Hôtel des âmes, un tenebroso edificio en un callejón al que se llegaba desde otro callejón de detrás de una calle secundaria muy cerca del centro.

Entró en el hall del establecimiento y en el mostrador no había nadie. Tocó el timbre. Se oyó una voz desde debajo "ya va, ya va" y de una litera situada detrás se alzó Ferdinand Dadá, artista, trapecista y dueño-director-botones-recepcionista y único empleado del hotel.

- Señorita Mensonge, ¡¡qué inmenso placer!! ¿A qué debo el honor de su visita? ¿Una habitación para pasar un rato sola o en compañía, tal vez?

- Ferdinand, mi querido Ferdinand, cuánto tiempo sin verte... recuerdo aquella última vez, bajo las palmeras de la playa paradisíaca de Isla Mujeres, cuanto amor, cuantas risas...

- Por supuesto... que no, querida. Fue en aquella exposición fracasada de mi obra, una de tantas, qué importará ahora. En fin, qué desea, o mejor aún, ¿qué no desea?

- Ferdinand, usted siempre tan misterioso... en fin, ¿recuerda aquel simpático joven con el que nos reunimos en Praga la semana pasada? Era algo parecido al peor enemigo que usted había tenido nunca... no estoy en absoluto interesada en él, ni me gustaría conocer su paradero actual.

Ferdinand, que había sido lavaplatos en un rompehielos siberiano durante años, la entendió a la perfección: se había sentido atraída por su mejor y único amigo de verdad, el inefable Señor Señora. Sin embargo, la hizo sufrir un poquito:

- Señorita Mensonge, usted se refiere sin duda a Jota Pequeña, una joven de remarcable talento que vive en este mismo inmueble, concretamente en la habitación 333.

- No me haga sufrir, Ferdinand, se lo imploro. Yo sé que usted ignora a quién me refiero...

- De acuerdo. Le diré lo que haremos: venga esta noche al Gran Salón del hotel. Hoy es la Noche de los Nuevos Talentos, y tengo la certeza de que en el escenario hallará una agradable sorpresa.

Y en efecto, el inefable Señor Señora cantó esa noche en el escenario del Hôtel des Âmes, y por supuesto, la señorita Mensonge estaba en primera fila. Y terminaron casándose o quizás suicidándose juntos, pero eso ya es material de otra historia.

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