Lola entró en la joyería y, sacándose del bolso una pistola tintada de rojo, dijo:
- Hola, soy Lola, y esta es mi pistola. Dame tu dinero, o verás como mola.
Por desgracia, no se trataba de una joyería: una vez más, Lola se había equivocado de puerta. El dueño de la tintorería, un señor chino pequeñito, la miró con perplejidad.
Luego, con entereza zen, abrió la caja registradora y le entregó lo que había dentro, treinta y cinco euros y algunas monedas.
Lola miró el magro botín, echó un vistazo a su alrededor y se encogió de hombros. Metió el dinero y la pistola roja en su bolso y salió tranquilamente por la puerta.
- ¡¡Riamaré a ra porisía!! - gritó el señor Chen desde dentro.
A nadie le gusta que le roben, es una sensación muy desagradable, y el señor Chen no era una excepción.
Lola llegó a casa, dejó las llaves y el bolso en la puerta y se dejó caer en el sofá. Otra rima perdida. Tomó su bloc y empezó de nuevo a estrujarse el cerebro para encontrar una rima nueva para usarla en su próximo atraco. Y esta vez, además de repetirla mentalmente sin parar para no olvidarse, se aseguraría también de que el local era el correcto.
El gato, desde su atalaya encima del mueble con espejo, la miró con lástima gatuna.
miércoles, julio 13, 2011
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