Muerte y resurrección del inefable Señor Señora (una tragedia surrealista)
Era una tarde de verano en los Monegros cuando el inefable Señor Señora se tumbó a descansar bajo la bolsa testicular de un toro Osborne y murió de frío.
Al poco, Ferdinand Dadá pasaba pedaleando sobre su monociclo por un camino cercano, lo que demuestra que el desierto de los Monegros está más concurrido de lo que la gente cree. Ferdinand trataba infructuosamente de cazar conejos disparándoles con un tirachinas. Una cuestión más de suerte que de puntería si estás pedaleando y tratando de mantener el equilibrio.
Como digo, el surrealista francés pasó cerca y vió una forma bajo el toro metálico. Bajó de su transporte y se acercó. Al darse cuenta de que era su amigo, le tiró una piedrecita desde lejos, por si estaba chuscando botijos de tornasol, simulando el coito con el suelo o algo similar. Se acercó más y le metió un palito en el ojo, pero nada. Dadá se sentó en un montículo cercano y se echó a llorar con desconsuelo.
La Mujer Cordobesa se estaba recolocando los sujetadores en punta mientras canturreaba "and you made me feel so shiny and blue". Vió el panorama bajo el toro lejano y le dijo al camionero que parara, que ella se bajaba allí mismo. El simpático mozo argumentó que estaban en medio de la nada. La Mujer Cordobesa respondió que la nada y el todo eran partes de una misma manzana podrida en el fondo de una cesta estelar. Se bajó del trailer y, cogiendo los bordes de la falda para no pisarla, se lanzó a la carrera hacia Señor Señora y Ferdinand.
Con gran energía, tomó al surrealista francés por los hombros, y sacudiéndole, inquirió:
- ¿Que recarámbanos ha pasado aquí, franchute? El travesti está más frito que erizo-en-freidora. ¿Has matado a tu novia?
- Para salvarle rodar debemos - respondió Dadá liberándose del cruel abrazo cordobés.
Ferdinand y la Mujer de común acuerdo tomaron el cadáver, uno por los hombros, otra por los pies, lo balancearon y lo lanzaron por la pendiente. Cayó rodando, pero antes de llegar abajo estaba corriendo. Y así fue como el inefable Señor Señora volvió a la vida. Se sacudió el polvo del vestido, se arregló el maquillaje y se puso a hacer autoestop junto a la carretera, muy digno.
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2 comentarios:
ojala yo no tuviese tanto miedo al rodar.. si si soy cobarde.
ahora que bien el señor/señora.
pero no me gustaria matar a alguien y q no se muera...d eultima me kedo pisando cucarachas
=)
Yo creo que no tiene que ver con la cobardía...
Quizás el señor señora se dió cuenta al rodar de que no se había comido sus perdices, y por tanto, no era el final del cuento. Así que revivió :D
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