La fiesta del fin del mundo
Rey Luí se despierta confuso: se ha quedado dormido leyendo en la bañera, el agua se ha enfriado y su libro está empapado y pesa ahora unos diez kilos. Sin alterarse, se seca bien, se pone su chándal favorito y un sombrero de flores y llama a Be Minúscula por teléfono.
- He soñado que el fin del mundo es el próximo lunes.
- ¡Eres grande, majestad! ¡no se me ocurre un motivo mejor para una fiesta de despedida!
Emocionada, Be Minúscula llama a Ferdinand Dadá para que lo organice todo.
El domingo, víspera del fin del mundo, no faltadetalle en el ático del Hôtel des Âmes. Todos están allí: el inefable Señor Señora va de la mano de la Señorita Mensonge, ambos rivalizando en tacones y colorido. Bailan despreocupadas las hermanas Minúscula, Be y Jota con su majestad el Rey Luí, y Julieta Martínez, sonriente, acaricia a su perrito.
Van todos vestidos de gato, y beben copas llenas de leche. Hay bocadillos de atún para comer, ratones de gominola para picar y agua para los intolerantes a la lactosa. Ya digo, todo magistralmente organizado.
De pronto entra la Mujer Cordobesa, que llega elegantemente tarde y vestida de faralaes.
- ¡Sois unos idiotas, habeis alquilado los trajes de gato de todo el barrio! ¡He tenido que ponerme algo del armario! ¡Cabritos!
Todos celebran alegremente el vituperio. Y llega el momento, sacan la tarta de arenque de tres pisos. Soplan las velas, y la cortan mientras suenan las doce. El mundo no termina, así que se la comen.
Y para celebrar que la vida continúa, se suben todos a la barandilla, se toman de la mano y saltan al vacío. Pero lo hacen mal, y caen hacia el lado del ático, entre risas y algún aullido.
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